Uno de los principales riesgos para la biodiversidad y el equilibrio de los ecosistemas es la introducción de especies exóticas invasoras, ya que alteran el medio y desplazan a otras especies autóctonas, algunas de ellas en grave riesgo de extinción.
Además de producir daños directos sobre la fauna, también pueden causar un grave perjuicio en la flora local de las zonas que colonizan, como es el caso de la ribera del Ebro, en la que el Castor (Castor fiber) está dejando su firma personal y característica con daños en las choperas próximas al cauce.
Los castores viven en las riberas de las aguas estancadas o de corriente lenta, densamente cubiertas de vegetación baja. Están perfectamente adaptados a la vida anfibia y nadan y se zambullen con destreza. De hecho, están cubiertos por un pelaje impermeable, tienen narices obturables, anchas patas traseras con membrana natatoria y una cola ancha y aplastada, cubierta únicamente de escamas dérmicas.
Sus fuertes dientes acerados les permiten roer los troncos de los árboles pequeños con el fin de abatirlos. De esta forma se procuran el alimento (hojas y corteza) y los materiales necesarios para la construcción de sus diques y chozas. Sus guaridas se hallan formadas por ramas y terrones apilados; en su interior se encuentra el nido y se mantienen colocadas en medio del agua. A veces los castores también excavan madrigueras en los bordes de los ríos, pero la salida siempre está bajo el agua. Son animales de actividad nocturna y no conocen el reposo invernal.
Esta población de Castores es fruto de una reintroducción ilegal realizada por un grupo ecologista a principios de este siglo y que está logrando extenderse por la ribera del Ebro, estando presente actualmente en las comunidades de La Rioja, Navarra y Aragón.